El trabajo de la pasión
Cuando la ardiente puerta donde los ángeles
se apiñan a tocar el laúd, está vacía;
cuando el barro mortal está alentando
una inmortal pasión; el alma sufre
el látigo, la corona de espinas, el camino
lleno de amargos rostros, las heridas
en el costado y en las manos, la esponja
de hiel, las flores del Cedrón. Desataremos,
al inclinarnos ante ti, nuestro pelo,
para que derrame su perfume marchito
y se empapen en el rocío las lilas
de esperanzas blancas como la muerte
y las rosas de los sueños apasionados.
El violinista de Dooney
Cuando toco mi violín en Dooney
la gente baila como una ola en el mar;
mi primo es cura en Kilvarnet,
mi hermano en Mocharabuiee.
Pasé junto a mi hermano y mi primo
que leían su libro de plegarias;
yo leía en mi libro de canciones
que compré en la feria del Sligo.
Cuando llegue el final del tiempo
y lleguemos a donde Pedro está,
nos sonreirá a los tres viejos espíritus
pero a la puerta me llamará primero.
Porque los buenos siempre son alegres
salvo caso de mala suerte;
y los alegres quieren a los violines
y les gusta bailar con su música.
Y cuando allí la gente me espíe,
vendrán todos en torno a mí,
diciendo: “¡El violinista de Dooney!”
bailando como una ola en el mar.
Los hombres mejoran con los años
Los sueños me han desgastado;
soy un tritón de mármol roído
por el paso del agua, a lo largo
del tiempo; contemplando siempre
esta belleza, esta dama, viéndola
como pintada en un libro;
complacida con lo que llenó
sus ojos, sus discretos oídos,
fascinada con su ser sabia, ya
que mejoran con los años los hombres.
¿Es ésta la verdad, o mi sueño?
¡Si nos hubiéramos encontrado
en mi ardiente juventud! Pero
crecí entre sueños: un tritón
de mármol, que desgastó
el tiempo, el paso del agua.
Por qué no van a enloquecer los viejos?
¿Por qué no van a enloquecer los viejos?
Más de uno ha visto a un chico prometedor
con una sana cintura de mosca de pescar
convertirse en un periodista borracho;
a una chica que se sabía todo Dante
vivir cuidando los hijos de un zopenco;
a una Helena de sueños de bienestar social
subiéndose a los gritos a una vagoneta.
Se piensa que esto depende del rumbo
del destino, que puede matar de hambre
a hombres buenos, dar ventaja a los malos.
Que si se ve al vecino tan chato como
en un escenario iluminado, ninguna
historia va a tener un final digno de su
comienzo, con una intacta mente feliz.
Los jóvenes nada saben de esto,
se lo conoce viendo a los viejos;
mas cuando aprenden de los libros
que no hay nada mejor en esta vida,
saben por qué se vuelve loco un viejo.
Navegando hacia Bizancio
I
Éste no es un país para los viejos. Jóvenes
unos en brazos de otros, posados pájaros,
—esas generaciones por morir— en su canto:
y las cascadas del salmón, los poblados
mares de la caballa, pescados, carne o ave,
loan todo el verano el engendramiento,
lo que nace o que muere. Prisioneros
de esta música sensual y negligente,
los monumentos sin edad del intelecto.
II
Un viejo es un menospreciado, camisa
colgada de un palo, salvo que el alma
cante, marcando con las manos
el compás, más alto a medida
que sea más andrajoso su vestido mortal.
Y como no hay escuela de canto
que no estudie las glorias de su propia
magnificencia, navego el mar y vengo
hasta la ciudad santa de Bizancio.
III
Sabios de pie frente al fuego de Dios
como en los dorados mosaicos,
vengan desde el sagrado fuego, aleteen
en la espiral, y sean los maestros
cantores de mi alma. Consuman
todo mi corazón. Enfermo de deseos,
atado al animal que ha de morir,
no sabe lo que es; absórbanme
de la eternidad en el artificio.
IV
Ya fuera de lo físico, no tomaré
forma de cuerpo en nada de lo que hay,
salvo en la que el herrero griego
hace golpeando y esmaltando el oro,
para tener despierto al Emperador.
Salvo también que me ponga a cantar
en una rama de oro a los señores
y damas de Bizancio, del pasado,
de lo que pasa y de lo que vendrá.
(Traducciones de Eduardo D’Anna. De “Poemas completos”. Alción Editora. Córdoba, 2011).
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