Ars Poética
... El sábado Teddy se levantó con gran entusiasmo. Tras pasar por el baño, fue a la cocina donde puso la pavita sobre el fuego y preparó el mate. Hacía todo esto mientras escuchaba las noticias. Tras dar cuenta de su criollo desayuno, encendió un cigarrillo mientras reflexionaba. Sus meditaciones no duraron mucho ya que estaba ansioso por ponerse a trabajar. Puso todo en orden, apagó la radio y se fue al cuarto donde estaban sus cosas.
Cerró la puerta y abrió la persiana que daba a la calle. Después levantó la tapa del armonio, tomó el sobre blanco y se ubicó en el escritorio. Abrió con cierta ansiedad la preciada entrega. Previsiblemente, dio con dos fojas abrochadas y numeradas. cada una de ellas contenía una serie de secuencias, párrafos y diálogos perfectamente dactilografiados por la Underwood que conocía. Optó por empezar a leer la foja número 1, la que, más allá de la tarea productiva, más lo divertía. Se trataba de la relación y, en los mejores casos, reproducción , de confesiones que el piadoso sacerdote había absuelto en su diaria tarea pastoral. Esas terribles palabras anónimas daban cuenta de miserias y mezquindades humanas, de falsedades e hipocresías, de infidelidades, trampas, engaños, traiciones y explícitas descripciones en las que pecadores y pecadoras detallaban cómo daban rienda suelta a sus más bajos instintos. Esas doce páginas de infames realizaciones constituían, así, la materia prima a partir de la cual el talento de Teddy las convertía en tangos que contribuían a nutrir la industria del espectáculo porteño, engrosando, consecuentemente, sus ansiosas arcas. El fajo número dos contenía relaciones más tenues y hasta naives. ¿Pecados veniales? Quizás, pero ciertamente no alcanzaban para crear los duros, bravos y contundentes tangos esperados, y, entonces, el genio popular de Teddy los convertía en valsecitos criollos en los que campeaba siempre el tono melancólico.
¿Cómo se inició el formal señor Eduardo O'Flaherty en esa subterránea actividad? Había elegido el café Las Orquídeas, a pocas cuadras de su casa, como escondite. Aunque no lo sabía al momento de la elección, pronto descubrió que estaba en un reducto de poetas, novelistas, periodistas, tangueros y, en fin, gente de la noche. Acaso por el común origen irlandés, trabó allí amistad con Julio Sanders. En el intercambio de experiencias de vida, pronto supo que era Sanders pianista y compositor. Más de una vez lo demostró allí mismo, en el piano del bar. Sanders, acaso conmovido por la vocación frustrada de Teddy que había querido ser autor de canciones populares, y más aún, por su endeble situación económica con la que debía llevar adelante a una familia numerosa, le confió la existencia de una actividad, casi secreta, que podía convenirle. O'Flaherty se enteró así de que empresarios, cantores y autores famosos compraban a compositores crotos sus producciones, sus derechos y sus silencios. "Pagan muy bien", había especificado Sanders. Agregó: "Se trata de un pacto entre caballeros y no se toleran falluteadas". En sucesivos encuentros, Teddy fue aprendiendo otras cuestiones como que la transacción se hacía mediante testaferros y que casi nunca podía saberse quién asumiría, finalmente, la autoría de la obra y qué cambios se habían permitido. "Yo no me ocupo ni hago eso. Pensá que soy el autor de ¡Adiós, Muchachos!- se jactó el pianista- pero si te interesa el asunto, puedo relacionarte con algún intermediario". Así fue como se inició Eduardo Teddy O'Flaherty en aquella activad creativa y clandestina.
Con el tiempo se enteró Teddy de que había nombres famosos entre los que participaban del asunto. Así, él mismo, sin saberlo, contribuía al prestigio de otros mediante su trabajo ancilar. En verdad, no se precisa seer detective para advertir, análisis estilístico mediante, que un mismo autor no podía ser el creador de piezas claramente dispares. En este sentido, alguna vez O'Flaherty escuchó probables nombres de apropiadores como el de uno de los Canaro y hasta el del mismísimo Gardel (no por las músicas que que él silbaba para instrumentistas que las transcribían sino por ciertas letras). Pero eran versiones provenientes de fuentes dudosas y, a fin de cuentas, a O'Flaherty no le importaban.
Cuando le contó todo esto a su hermano Willy, el prelado exclamó:"Todos los días escucho en el confesionario asuntos terribles con los que se podrían escribir tangos conmovedores. Si usted supiera...". Esta segunda revelación dio paso al suminstro regular- y también reservado- de textos correspondientes a culpas anónimas que inspiraron al letrista y compositor.
El primer intermediario al que Teddy conoció, precisamente, en Las Orquídeas, fue un tal "Orlando", hombre oscuro, reservado, enigmático pero con saberes suficientes como para evaluar allí mismo, café de por medio, la partitura y los versos que le ofrecían. "¿No ha registrado estas piezas a su nombre, verdad?", era la pregunta decisiva que significaba que las obras habían sido aprobadas por él. Teddy nunca olvidaría su primer encuentro y que, en su afán de impresionar, había arrancado con artillería gruesa. Así, los primeros tangos que ofreció fueron: El braguetazo, Fumadora y ¡Flor de turra! Aunque "Orlando" le compró esas primeras piezas, le pidió que bajara el tono de las letras...
El arpa y el océano, Juan José Delaney
Ed. El gato negro, 2022
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