La lechuza blanca
Por sobre las cabezas del pelotón de fusilamiento
voló una lechuza blanca, que ululó dos veces
antes de que tiraran del gatillo
y cuando la mujer se desplomó en las cuerdas,
y su vestido blanco se salpicó de sangre,
la lechuza aterrizó en su hombro,
ululó otra vez y recorrió con su mirada
de enormes ojos a los uniformados,
uno de los cuales le iba a apuntar pero el capitán
le desvió el rifle de un manotazo
mientras la lechuza picoteó la sangre
del pecho de la mujer, ensuciando
las plumas de su propio pecho, y luego
fijó su vista en los pasmados hombres
antes de despegar de súbito apenas salvando
la cabeza de uno y obligándolos a todos
a voltear y verla alejarse planeando, y recibir
el eco de un último ululido desde el cielo.
Música nocturna
Se plantó sobre el techo con un saxofón
tocando hasta el otro lado de la calle. Estaba oscuro
y nadie lo podía ver. Los coches que pasaban,
(escasos a estas horas) lo ahogaban
así que se lanzó más fuerte para oírse
enviando arcos espigados de sonido hasta
los pisos del edificio de enfrente.
Una mujer sacó la cabeza de su ventana y gritó.
Un hombre cogió unas papas como misiles
y ninguna atinó. Él siguió tocando, a veces suave
como el arco iris, a veces firme como un promontorio.
Un gato blanco alzó la vista maullando.
Sobre una litera yacía un niño sonriendo.
Tocó para los búhos que surcaban veloces.
Tocó para el cosmonauta en la Luna.
Jamás había tocado tan dulcemente y nadie
lo grababa. Intentó una alta y luminosa
rayuela de estrella a estrella,
sosteniendo las notas como haciendo el amor. Una luz
se encendió en el piso más alto, a la izquierda.
Una mujer se recargó adormilada en el balcón.
Lanzó unas revoloteantes notas hacia ella
justo cuando el primer rojo del sol
tocaba en el cielo. Entonces él despegó, elevándose
hasta Marte y de vuelta, hundiéndose al fondo
del Atlántico, mientras el rojo se ahondaba, y el sol
trepaba por encima de los techos, palideciendo hasta un blanco
que lo cegó, lo detuvo, lo hizo empacar
su saxo, hacer una reverencia, dirigirse
a su escalera de cuerda, descender, desaparecer en el día.
Matthew Sweeney, Ireland 1952
Versiones de Carlos López Beltrán y Pedro Serrano
The Snowy Owl
Over the heads of the firing squad
flew a snowy owl, who oohooed twice
just before they pulled their triggers
and as the woman slumped on her ropes,
blood splattering her white dress,
the owl landed on her shoulder,
oohooed again, and swivelled its
big-eyed gaze over all the uniformed men,
one of whom raised his rifle
but the captain knocked it away
while the owl pecked at some blood
on the woman’s breast, smearing
its own breast feathers, then glared,
it seemed, at the transfixed men,
before swooping off, barely missing
the head of one, making them all
turn to watch it glide away, and hear
one more oohoo echo through the sky.
Night Music
He stood on the roof with a saxophone
playing across the road. It was dark,
no one could see him. Passing cars –
though few at this hour – drowned him
out, but he swooped back into hearing,
sending high arcs of sound across
to the block of flats on the other side.
A woman stuck her head out a window,
shouting. A man fired potato missiles,
all missing. He played on, now soft as
a rainbow, now firm as a promontory.
A white cat looked up, miaowing.
A boy lay on top of a bunk bed, smiling.
He played to the owls that flitted past.
He played to the cosmonaut on the Moon.
He’d never played as sweetly before
and no one was recording this. He tried
one high bright hopscotch between stars,
holding the notes, as if lovemaking.
A light went on in the top flat, left.
A woman stood sleepily on a balcony.
He sent some fluttery notes her way
just as the first reddening of sunlight
hit the sky. Then he was off, soaring
to Mars and back, diving to the bottom
of the Atlantic, as the red deepened, the sun
climbed above the roofs, paling to a white
that blinded him, told him to stop, pack
his sax away, bow once, go to his
rope-ladder, climb down, disappear into the day
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