lunes, 12 de enero de 2015

CS Lewis: El Gran Divorcio









Prefacio:


Blake escribió Matrimonio del Cielo y del Infierno. Si escribo sobre
su divorcio no es porque me considere digno antagonista de un
genio tan grande ni tampoco porque esté muy seguro de saber lo
que quiso decir. Pero, en algún sentido, resulta perenne el intento
de efectuar ese matrimonio. El intento se funda en la creencia de
que la realidad nunca nos encara con un "o esto o lo otro"
absolutamente inevitable; de que si contamos con bastante
habilidad y paciencia y (especialmente) con el tiempo suficiente,
siempre podremos hallar un modo de abrazar ambas alternativas;
de que el mero desarrollo o ajuste o refinamiento se las arreglará
para tornar el mal en bien sin que se nos obligue a un rechazo
total y definitivo de nada que nos guste retener o conservar. Me
parece una creencia desastrosamente errónea. No se puede llevar
todo el equipaje en cada viaje; hay un viaje en el cual puede ser
imprescindible dejar atrás hasta la mano derecha y el ojo derecho.
No estamos viviendo en un mundo en que todos los caminos sean
los radios de un círculo y donde, si los seguimos bastante,
llegaremos gradualmente entonces a estar más cerca y al final a
reunimos en el centro.
Vivimos, más bien, en un mundo donde todo camino, a los pocos
kilómetros, se bifurca y donde estos dos al poco tiempo vuelven a
bifurcarse; en cada encrucijada debemos optar. La vida, incluso a
nivel biológico, no se parece a un río sino a un árbol. No avanza
hacia la unidad, se aparta de ella; las criaturas se distancian más
y más mientras más se perfeccionan. El bien, en tanto madura,
continuamente se diferencia no sólo del mal sino de otros bienes.
No creo que perezca todo el que escoge los caminos equivocados;
pero su rescate consiste en hacerlo retornar al camino correcto.
Una suma equivocada se puede corregir; pero solamente si se
retrocede hasta encontrar el error y luego se vuelve a empezar
desde allí; nunca se la corrige con un mero seguir adelante. El mal
se puede deshacer; pero no puede "desarrollarse y convertirse" en
bien. El tiempo no lo cura. La urdimbre debe destejerse, paso a
paso, nudo a nudo; o no se deshará. Todavía estamos en "esto o
lo otro". Si insistimos en conservar el infierno (e incluso la tierra),
no veremos el cielo; si aceptamos el cielo, no podremos conservar
ni el menor ni el más íntimo recuerdo del infierno. Creo, por cierto,
que quienquiera que alcance el cielo descubrirá que no ha perdido
lo que abandonó (aunque se haya arrancado el ojo derecho); que
allí estará el meollo de lo que verdaderamente buscó incluso en
sus deseos más depravados, más allá de todo lo esperado,
aguardándolo en las "altas regiones". En ese sentido, será cierto
para quienes completaron la jornada (y para ningún otro) la
afirmación de que el bien es todo y el cielo está en todas partes.
Pero nosotros, que estamos a este extremo del camino, no
debemos intentar un anticipo de esa visión retrospectiva. Si lo
hacemos, es muy probable que abracemos la fantasía desastrosa
de que todo es bueno y hay cielo en todas partes.
¿Y qué decir, entonces, de la tierra? La tierra, creo, nadie la va a
hallar, en última instancia, en sitio muy preciso. Creo que la tierra,
si se la escoge en lugar del cielo, resultará, todo el tiempo, sólo
una región del infierno; y creo que la tierra, si se la sitúa después
que el cielo, resultará desde un principio una parte del mismo
cielo.
Sólo hay otras dos cosas que decir sobre este pequeño libro. En
primer lugar, debo reconocer la deuda que tengo con un escritor
cuyo nombre no recuerdo y al cual leí hace varios años en una
muy ilustrada revista norteamericana de lo que ellos llaman
"ciencia ficción". La calidad irrompible y tenaz de mi materia
celestial me la sugirió él, aunque utilizaba la fantasía con un
propósito diferente y sumamente ingenioso. Su héroe viajaba
hacia el pasado, y allí, muy adecuadamente, se topaba con gotas
de lluvia que lo traspasaban como balas y con bocadillos
imposibles de morder aunque se contara con la mayor fuerza
imaginable; en el pasado, por supuesto, nada podía ser alterado.
Yo, con menos originalidad, pero (supongo) con igual propiedad,
he transferido esto a lo eterno. Le ruego a este escritor, si alguna
vez lee estas líneas, que acepte mis agradecimientos. Lo segundo
es esto: les Riego a los lectores que recuerden que esto es una
fantasía. Contiene, por supuesto —o pretende tener—, una
moraleja. Pero las condiciones transmortales sólo son un supuesto
imaginario: no pretenden adivinar ni especular sobre lo que
realmente nos puede esperar. Lo último que deseo es provocar la
curiosidad sobre detalles del otro mundo.

C.S. LEWIS Abril, 1945. (Belfast, 1898-Oxford 1963)
Traducción: José Luis del Barco




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