El loro de Irlanda
A Lik
En la pensión rasposa me sirven el huevo frito con forma de corazón.
Es Dublin.
Estrecho pero tenaz,
el Liffey tan verde, tan amargo, serpentea.
Las comisuras de los labios degustaron la última línea de cerveza.
La camarera regresa a casa
que no es Tiflis donde fue banquera diez años
sino este suburbio impronunciable
pródigo en kas, intolerancia y sonidos guturales.
En Dublin amanece primavera
en las ovejas recién paridas y los tojos estirados a más no poder.
Y sollocé ante la abrumadora belleza del Niño rubicundo del Ucello.
Para dormir atiborrarse de mística
porque la noticia es el nuevo evangelio de los seguidores del Iscariote,
donde, según la fuente,
el propio Cristo predijo a Judas,
"sacrificarás al hombre que encarno".
El franciscano que me bendice desde su eczema
porque es domingo de ramos
cuenta que estuvo 40 años en wonderful zimbabwe
y declara que el susodicho gospell es falso,
falso, falso oh yes
Mi Ucello de su cielo se encoge de hombros:
- ¡qué pero qué nos importa!
Seguí caminando por la línea de la vida,
sin apuro, nena, pero seguí.
Gracias por el resplandor,
por los leprechauns tan traviesos
que por fuera desordenan las cacerolas
y por dentro los sueños más densos.
Siempre con estrépito.
Anacrónico, el granizo confunde a los junquillos del lindero.
Soy torcaza migradora y querendona y mi corazón se merece el oro de Irlanda.
Tomé contacto por primera vez con el arpa irlandesa
en una pesadilla antigua y cochambrosa:
Arpas innúmeras tocaban al unísono
lamentándose de algo que hasta hoy mejor no saber.
Un baturrillo de osamentas martirizadas, cruces, cadenas de hierro y de oro,
maderamen podrido de celtas, druidas y vikingos
abonan la capa más insensata de esta tierra.
El tesoro que custodian los leprechauns es ilusorio
porque a las pocas horas se evapora.
¿Y qué nos queda entre las manos?
Tomar el pulso con delicadeza al trébol y auscultar
Auscultar el cielo
Luisa Futoransky, Inclinnaciones, Leviatán, 2006
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