Eavan Boland
Una
mujer sin país
Cuando rompe el
día él entra a
una habitación
con olor a ácido.
Apoya la plancha
de cobre sobre la mesa
y busca el mango del buril.
Dublin despierta
a caballos y lluvia.
Vendedores
ambulantes llaman.
Todas las
noticias son hambruna y hambruna.
El punzón chato,
el punzón redondo,
la gubia lo
esperan.
Se inclina sobre
su trabajo y comienza.
Empieza por la
cabeza, cortando
hasta la línea
de la mejilla, encontrándose
con la pendiente
del cráneo, cincelando
la forma del
rostro que se convierte
en una fusión de
sombras, cediendo—
con un corte más
profundo en el cobre—
la mujer entera
como un esqueleto,
los jirones de
su falda, su muñeca
en una línea
huesuda por siempre
amputando
su cuerpo de su
aire natal hasta
que ella está
lista para la página,
para el vendedor
ambulante, para
un nuevo
inventario que ahora añade
a la pérdida y
al laissez-faire
el olor a ácido
y la pequeña
despiadada
tragedia de ser imaginado.
Él guarda sus
herramientas
una por una, las
coloca con cuidado
en la mesa de
pino, su trabajo terminado.
Eavan Boland, Dublin, 1944
de A Woman Without A Country, Carcanet/Norton, 2014
versión © Silvia Camerotto
A Woman Without A Country
As dawn breaks he enters
A room with the odor of acid.
He lays the copper plate on the table.
And reaches for the shaft of the burin.
Dublin wakes to horses and rain.
Street hawkers call.
All the news is famine and famine.
The flat graver, the round graver,
The angle tint tool wait for him.
He bends to his work and begins.
He starts with the head, cutting in
To the line of the cheek, finding
The slope of the skull, incising
The shape of a face that becomes
A foundry of shadows, rendering —
With a deeper cut into copper —
The whole woman as a skeleton,
The rags of her skirt, her wrist
In a bony line forever
severing
Her body from its native air until
She is ready for the page,
For the street vendor, for
A new inventory which now
To loss and to laissez-faire adds
The odor of acid and the little,
Pitiless tragedy of being imagined.
He puts his tools away,
One by one; lays them out carefully
On the deal table, his work done.
Y
alma
Mi madre murió
un verano—
el más húmedo
según los registros del estado.
Las cosechas se
podrían en el oeste.
Los manteles a
cuadros se disolvían en los jardines traseros.
Las reposeras
vacías acumulaban agua de lluvia.
Mientras iba
hacia ella
a través del
tránsito, a través de las lilas que goteaban turbias
detrás de las
casas
y en las
veredas, para brindarle
el último
homenaje de una hija, pensé en algo
que recordé
haber oído una
vez, que el cuerpo es, o
dicen que es,
casi todo
agua y mientras
giraba hacia el sur, que la nuestra es
una ciudad de
eso,
una en la que
cada día los
elementos comienzan
un viaje hacia
otro que jamás,
debido al clima,
falla—
el océano visible en los bordes que
lo delimitan,
color de nube
alcanzando el aire,
con el Liffey
almacenando uno y emplazando al otro,
la sal
recibiendo en el North Wall la falta de aquello y,
como si esto no
fuera suficiente, todo ello
terminando casi
todas las tardes
en nuestro
discurso—
costa
canal océano río corriente y ahora
madre y seguí
manejando y aunque
el mente no es
confiable cuando sufre, en
el próximo
aguacero casi parecías
que podían ser
las sombras uno del otro,
el modo en que
el cuerpo es
de cada uno de
ellos y ahora
ellos estaban otra
vez en marcha— niebla en neblina,
neblina en bruma
de mar y ambas en el esmalte aceitoso
que reposa en
las barandas de
la casa donde
ella se moría
a medida que yo
entraba.
Eavan Boland, Dublin, 1944
de Domestic Violence, W.W. Norton & Company, Inc., 2007
versión © Silvia Camerotto
And Soul
My mother died one summer—
the wettest in the records of the state.
Crops rotted in the west.
Checked tablecloths dissolved in back gardens.
Empty deck chairs collected rain.
As I took my way to her
through traffic, through lilacs dripping blackly
behind houses
and on curbsides, to pay her
the last tribute of a daughter, I thought of something
I remembered
I heard once, that the body is, or is
said to be, almost all
water and as I turned southward, that ours is
a city of it,
one in which
every single day the elements begin
a journey towards each other that will never,
given our weather,
fail—
the ocean visible
in the edges cut by it,
cloud color reaching into air,
the Liffey storing one and summoning the other,
salt greeting the lack of it at the North Wall and,
as if that wasn't enough, all of it
ending up almost every evening
inside our speech—
coast canal ocean river stream and now
mother and I drove on and although
the mind is unreliable in grief, at
the next cloudburst it almost seemed
they could be shades of each other,
the way the body is
of every one of them and now
they were on the move again—fog into mist,
mist into sea spray and both into the oily glaze
that lay on the railings of
the house she was dying in
as I went inside.
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