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jueves, 21 de noviembre de 2013

Pintura: Francis Bacon


Francis Bacon  (Dublín, Irlanda, 28 de octubre de 1909 – Madrid, España, 28 de abril de 1992
Gritos, pedazos de carne, mezclas amorfas de cuerpos en una confusa lucha. Las pinturas de Francis Bacon son una cruda reflexión del significado de la vida y la muerte, un recordatorio de que no somos mucho más que carne, acercándose lentamente -pero de manera inevitable- a la putrefacción.
Sus escenas son opresivas y malvadas, viciosas y a la vez dolorosamente verdaderas. El chillido de un mono, un cuerpo retorcido en el cuarto de baño, un terrorífico hombre encorbatado que sonríe en una penumbra azul… Las feroces imágenes de Bacon contrastan con su aspecto de dandy de ropa discreta e impoluta.







Francis Bacon y William Burroughs  







Francis Bacon, autorretrato, 1979.






Estudio del cuerpo humano, 1949






Retrato de Michel Leiris





De niño no se sintió querido. En su infancia Bacon sufríafuertes ataques de asma que lo dejaban agotado y provocaban que perdiera muchos días de colegio. Además, los constantes cambios de residencia de la familia tampoco ayudaban a que el niño se integrara en las nuevas escuelas. Sus padres no se preocupaban en absoluto del rendimiento escolar de Francis.
Su padre Eddye -un hombre duro, de educación militar- era entrenador de caballos de carreras y siempre intentó inculcar a su hijo el amor por la caza. Francis reaccionaba con ataques de asma al pelaje de la mayoría de los animales. Eddy consideraba a su hijo un ser débil y lo solía menospreciar.
Eddie pilló a su hijo en la adolescencia probándose la ropa interior de su madre. El suceso provocó que echaran a Francis, que se declaró homosexual, de la casa familiar y se fue a Londres a estudiar Arte, abandonando Dublín para no volver nunca más.
Estaba obsesionado con Velázquez, en concreto con el Retrato del Papa Inocencio X (1650), del que Bacon pintó unas 40 versiones en las que el Papa aparece con una expresión de horror que se acentúa hasta el histerismo. Bacon a veces incluso volatiliza la cabeza del modelo.

“La gente cree que vivo a lo grande, pero en realidad vivo en un basurero”, solía decir de Reece Mews, que fue su estudio durante 30 años. Eran unas antiguas caballerizas victorianas rehabilitadas en South Kensigton. El artista no exageraba al asemejar su espacio creativo a un vertedero: sobre las mesas, las estanterías y las pilas de libros había manojos de pinceles inservibles con pintura reseca, trapos, platos con comida vieja, sartenes reutilizadas como paletas, cajas de champán Krug vacías, zapatos… El suelo, que cada día costaba más trabajo pisar, tenía una costra de papeles en el suelo: recortes de periódico con boxeadores, fotos de toreros, animales en movimiento, autorretratos, una foto de Mick Jagger, primeros planos de caras y extremidades… Bacon veía “un gatillo para ideas” en cada imagen de ese collage espontáneo.

El éxito y el reconocimiento artístico tardaron en llegar. Bacon tenía 35 años cuando comenzó a llamar la atención de la crítica con Three Studies for Figures at the Base of a Crucifixion (1944), un tríptico de fondos naranjas que muestra a tres bestias deformes, entre animales y humanas, tan perturbadoras que fueron difíciles de soportar para algunos asistentes.Era un jugador empedernido. Le gustaba apostar a la ruleta “porque es el juego más estúpido al que puedes jugar”. En una ocasión llegó a perder 40.000 libras (unos 47.000 euros) , que tardó muchos meses en pagar. Los casinos eran para Bacon un estudio más de la expresión humana: “Me gusta la atmósfera de los casinos. Vives la emoción de los que ganan y la desesperación de los que lo pierden todo. Todo eso tiene lugar en un espacio muy reducido”.
Entre sus obras, una de sus preferidas era Painting(1946), descrita por el artista como “una serie de accidentes uno encima de otro” y vista por algunos críticos como la confluencia de la personalidad múltiple de Bacon. Un personaje bien vestido – algunos críticos apuntan a que es el ministro de propaganda nazi Joseph Goebbels- permanece sentado, con la cabeza cortada a la mitad y la mandíbula sangrante, en un círculo de carne de vacuno colgando a su alrededor. La pintura es una muestra de la visión que el pintor tenía de la vida: un accidente, un espasmo de brutalidad y sufrimiento que no puede ser explicada porque no tiene significado.
Se castigó con el exceso casi desde el inicio de su carrera. La vejez no cambió sus hábitos. Se levantaba a las seis de la mañana, pintaba hasta el mediodía, después comenzaba su ronda por los pubs y clubs del barrio londinense del Soho. Solía encontrarse con amigos a los que invitaba a comer en lugares extravagantes o pagaba las apuestas en clubs de jugadores. Casi al amanecer cogía un taxi a su estudio, dormía dos o tres horas y volvía a enfrentarse al lienzo sobre el que trabajaba. Era una rutina estricta. “Hay que ser disciplinado en todo, incluso en la frivolidad”, dijo en una ocasión a su amigo Michael Peppiatt, “sobre todo en la frivolidad”.
'Triptych' (1973)
'Triptych' (1973)
Tuvo romances tormentosos, sado-masoquistas y dulces con diferentes hombres, entre los que destacaGeorge Dyer, al que retrató obsesivamente.
 Dyer, 25 años más jóven que Bacon, se suicidó en 1971 con una sobredosis de barbitúricos. Lo encontraron en el cuarto de baño del hotel de París donde la pareja se hospedaba, dos días antes de que Bacon inaugurara una gran exposición en la capital francesa y a la que aún después de la tragedia asistió con estoicismo. El pintor creó dos años después un tríptico dedicado al momento de la muerte de su amante, tres descarnadas pinturas que muestran la escena del cadáver sentado en el retrete.
 En sus últimos años de vida mantuvo un romance con un joven español de clase alta. La relación fue llevada con suma discreción y nada se sabe de la identidad del amante. En 1992, en contra de los consejos de su médico, Bacon viajó a Madrid. Poco después de llegar cayó enfermo y murió de un ataque al corazón. Sus restos fueron cremados en el Cementerio de La Almudena y trasladados a Irlanda. Su última pareja, el joven John Edwards, heredó la fortuna del artista.

Helena Celdrán


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