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jueves, 19 de septiembre de 2013

Richard Gwyn: Dos Poemas







    Richard Gwyn, en Gaiman, Chubut,  en la casa de té homónima, agosto, 2013





Hambre de sal


¿Te recordaré en la luz insulsa y amarilla,
como a un pez que me entra en la boca, como un virus
que me entra en la sangre, como un miedo que me entra en la panza?
¿Te recordaré como una catástrofe
desgarrándome entre las piernas, dientes minúsculos que  hienden mi  labio,
lengua tocada con sal por la que mi lengua estaba loca?
Nunca reconociste esos pequeños robos:
el anillo de mi madre, la estatua de Knosos,
el medallón que yo guardaba para el cabello de los chicos
que nunca tuvimos. Te veo, ven a robar mis huesos,
dientecillos tan blancos, un collar de piedras coloridas,
valvas de almejas y mejillones alrededor de tu talle,
una cadena de esmeraldas en el tobillo. Pero ahora te has ido
de vuelta al mar. Puedo perdonar tu crueldad,
tus humores violentos, tus tramas de venganza,
recordando en lugar de eso el roce de tu piel
sobre la mía, el modo en que me viste aquella tarde
en la cueva marina, las gaviotas chillando afuera,
una multitud de airados acreedores en un mundo distinto,
vuelto terriblemente silencioso. Y tú, anidando
en la arena blanca, atrapada en las redes que tejí
con devota sobriedad, por completo convertida en sal.







Hunger for Salt


Will I remember you in the dull yellow light,
as a fish that enters my mouth, as a virus
that enters my blood, as a fear that enters my belly?
Will I remember you as a catastrophe
tearing between my legs, fine teeth slitting my lip,
tongue touched with salt my tongue was crazy for?
You never confessed to those little thefts:
my mother’s ring, the statue from Knossos,
the locket I kept for the hair of children
we never had. I see you, come to steal my bones,
small teeth so white, a necklace of coloured stones,
clams and mussel shells around your waist,
an ankle chain of emeralds. But now you have gone
back to the sea, I can forgive your cruelty,
your violent moods, your plots of revenge,
remembering instead the brush of your skin
on mine, the way you looked at me that afternoon
in the sea cave, gulls clamouring outside,
a crowd of angry creditors in a world otherwise
gone terribly quiet. And you, nestling in
the white sand, caught in the nets I wove
with a devout sobriety, turned utterly to salt.






Pelar una Naranja



Pelar una naranja plantea una elección. ¿Usas un cuchillo o los dedos? ¿O simplemente cortas la fruta y chupas las partes interiores de la piel dada vuelta, dejando que la amarga suavidad te roce la lengua? Con frecuencia siento el impulso de clavar los dientes en esos flojos colgajos de cáscara , y lo hago. Cuanto más fresca es la naranja, menor es la necesidad de un cuchillo. Hunde profundo el pulgar donde se inserta el tallo y empuja. Al romper la piel, un soplo de vapor, una diminuta explosión del genio de la naranja. Parpadea y te lo perderás. No parpadees y te arderán los ojos. Te quedará colgando la parte blanca de la cáscara debajo de la uña del pulgar, pegajosa y probablemente irritando la carne suave que hay debajo de la uña. Los delgados pedazos de cáscara caen como yeso. Alternativamente, usa un cuchillo. En ese caso, muy probablemente cortarás la piel en cuartos, uniendo el vértice y el ombligo. Recuerda que el mundo es como una naranja, pero azul. Sosteniendo el cuchillo firmemente entre el dedo medio y el pulgar, da vuelta la cáscara con el dedo índice, si es que lo tienes. ¿Entonces qué? Corta los cuartos. Cómete la naranja. Los sobrantes ácidos se te pegan en el dorso de los dientes. El jugo quema las úlceras de la boca. En la antigua China, los hechiceros frotarían la cáscara y la piel blanca en el glande de un hombre agonizante para que alcanzara una reencarnación favorable. En el invierno, los griegos disponen cáscaras de naranja en la parte superior de sus salamandras . El aroma le da la bienvenida a los recolectores de aceitunas cuando vuelven de los campos después de un día de trabajo. Sentado para que descansen sus piernas doloridas, uno de ellos comienza a pelar una naranja. 




Peeling an orange





Peeling an orange presents a choice. Do you use a knife or fingers? Or simply cut the fruit and suck the innards from the turned-back skin, letting the bitter smoothness brush against your tongue? I often feel an urge to sink my teeth into those loose flaps of peel, and do. Fresher the orange, less need for a knife. Dig your thumb deep into the stem-joint and pull. Breaking the skin, a puff of vapour, a tiny explosion of the orange genie. Blink and you'll miss it. Don't blink and you'll sting your eyes. Pith will cling under your thumbnail, sticky and likely to irritate the tender flesh beneath the nail. The thin chunks of peel fall away like plaster. Alternatively, use a knife. In which case, most likely you will carve the skin into quarters, joining at the apex and the stem. Remember that the world is like an orange, but blue. Holding the knife steadily between middle finger and thumb, turn back the skin with the index finger, if you have one. Then what? Cut away the quarters. Eat the orange. The acidic residue sticks to the back of your teeth. The juice burns into mouth ulcers. In ancient China sorcerers would rub the peel and pith onto the glans penis of a dying man in order to achieve a favourable reincarnation. In the winter Greeks lay orange peel on top of their wood-burners. The scent welcomes the olive-pickers as they return after a day's work in the fields. Sitting down to rest their aching legs, one of them begins to peel an orange.



Richard Gwyn, Abrir una caja, Gog y Magog, 2013
Traducción: Jorge Fondebrider





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